INEXORABLE

Por. Chris Castillo


CAPÍTULO I 


Héctor tenía 24 años cuando la conoció. Lorena, una mujer de 41 años, irradiaba una energía magnética que atrapaba a cualquiera que cruzara su camino. Para él, ella representaba el enigma de la vida, la sabiduría que solo los años traen, y la pasión que desafía el tiempo. Desde el primer encuentro, sintieron una conexión irrefrenable, una chispa que encendió sus almas en un instante. 

Los primeros meses fueron como un torbellino. Se entregaron por completo, sumergidos en una relación intensa, donde el tiempo y el espacio parecían no existir. La edad era solo un número, una cifra sin importancia que no podía empañar la fuerza del amor que compartían. 


Lorena admiraba la vitalidad y el ímpetu de Héctor, mientras él se dejaba guiar por su experiencia, saboreando cada momento de madurez y seguridad que ella le ofrecía. La cama era su refugio, un lugar donde el deseo no conocía fronteras. Sin embargo, conforme pasaban los días, las primeras grietas comenzaron a aparecer. No fue de repente, sino lentamente, casi imperceptible al principio. Las conversaciones sobre el futuro revelaban perspectivas distintas. Mientras Héctor soñaba con descubrir el mundo, explorar, experimentar, Lorena buscaba estabilidad, un descanso merecido tras años de luchas personales. A pesar de que ambos compartían un amor sincero, las diferencias empezaron a sentirse más pesadas.


 Los pequeños desacuerdos se convirtieron en discusiones más profundas. Lorena, con su madurez, veía inestabilidad en la impulsividad de Héctor, su necesidad de aventura, su resistencia a las responsabilidades que ella ya había asumido en su vida. Por otro lado, él empezaba a sentir que sus sueños chocaban con el deseo de Lorena de buscar tranquilidad. Lo que antes parecía complementario, ahora parecía una barrera. El amor seguía presente, ardiente, pero los tiempos de ambos eran diferentes. Ella quería construir una vida de certezas, mientras él aún se encontraba a medio camino entre el descubrimiento y la búsqueda de su propio destino. 


Una madrugada, tras una de esas conversaciones que parecen eternas, ambos comprendieron lo inevitable. Aunque se amaban con todo lo que tenían, el peso de sus diferentes etapas de vida los estaba alejando. Con lágrimas en los ojos y el corazón roto, decidieron separarse, conscientes de que el amor no siempre es suficiente para sostener una relación cuando la etapa que cada uno camina no es la misma. Se despidieron con un abrazo que contenía todo el dolor del mundo, sabiendo que esa pasión que los unió también los obligaba a soltarse. Porque, aunque el amor no muere, a veces, simplemente no puede sobrevivir al paso del tiempo.

 

CAPÍTULO II 



Luego de la ruptura Lorena decidió irse a los Estados Unidos, buscando una vida mejor, escapando de la precariedad que la ahogaba. El día que Lorena se despidió, Héctor sintió cómo una parte de él se iba también. 


Tras la partida de Lorena, Héctor quedó solo, rodeado de recuerdos. Los días pasaban lentamente, y la herida de la separación no cicatrizaba. Él no lograba sacarla de su mente. La idea de que su historia podría haber sido diferente lo atormentaba sin cesar. Cada noche, antes de dormir, imaginaba otro escenario: una versión alternativa de su vida en la que ambos hubieran tenido la misma edad. En su mente, construía un mundo donde Lorena y él no estaban separados ni por los años ni por las diferencias de madurez.


“Si hubiéramos tenido la misma edad, todo sería distinto”, pensaba Héctor con amargura. En su fantasía, se habría casado con Lorena, sin las dudas ni las barreras que los separaron. Se imaginaba amándola sin reservas, sin las tensiones que la vida real les impuso. Hubieran formado una familia , sin la sombra de los años pesando sobre ellos. En ese mundo perfecto, no existirían los conflictos sobre el futuro. Todo encajaba, como si el destino hubiera sido amable con ellos.


Pero la realidad era otra, y Hector lo sabía. “¿Cómo podría retroceder el tiempo?”, se preguntaba. La lógica le decía que era imposible, que no hay manera de nacer en otro momento, que el tiempo corre en una sola dirección. ¿Cómo podría hacer para que ambos tuviesen la misma edad? Era un pensamiento absurdo, pero aun así lo perseguía, aferrándose a esa esperanza ilógica, realmente irracional. 


Un pensamiento nace en la mente, da vueltas una y otra vez hasta que se convierte en delirio,

Cada día, él se sumergía en sus pensamientos, fantaseando con una realidad paralela donde todo hubiera sido perfecto. Pero luego la razón volvía a imponerse, recordándole que la vida no funciona así, que el tiempo no puede ser moldeado a voluntad.

 

Pensaba en sus momentos más delirantes, que quizás el vasto universo tendría caminos ocultos que no pueden verse, caminos donde el tiempo no es lo que conocemos, pero de nuevo reaccionaba que eran solo ilusiones, que no había forma de distorsionar la realidad ni cambiar el pasado.

 "O tal vez...", en su cabeza decía, dejando la idea inconclusa, porque sabía que al final no habia otro modo.



Los días seguían alargándose; parecían interminables, y el dolor en el corazón de Héctor crecía sin cesar. Su deseo por revivir aquello que había perdido se volvía una obsesión, un clamor desesperado dirigido al mismo universo.

Una noche, cuando la soledad se volvió insoportable, algo extraño sucedió. En medio de la penumbra de su habitación, el aire comenzó a cambiar. Un frío antinatural invadió el espacio, como si una fuerza más allá de todo entendimiento hubiera cruzado el umbral de la existencia. De la oscuridad emergió una presencia amorfa, inhumana. No tenía forma definida, pero parecía estar en todas partes, susurrando a cada rincón de la mente de Héctor. Era algo que no podía verse con los ojos; su presencia se percibía más allá de lo físico.


 Los ojos de Héctor se llenaron de horror, pero, al mismo tiempo, una extraña fascinación lo atrapó.

—Has llamado durante mucho tiempo… —susurró la entidad, su voz retumbando desde lo profundo de algún abismo insondable—. Y he venido a ofrecerte lo que anhelas. El ser no tenía rostro, pero Héctor sintió su mirada atravesando su ser, leyendo cada rincón de sus pensamientos y deseos más íntimos.

—Puedo llevarte a ese mundo que tanto deseas. Conservarás tus recuerdos, tu conciencia. Podrás volver a conocer a Lorena. Podrás rehacer todo lo que perdiste. Pero… —La voz se detuvo un momento, reverberando en la oscuridad—. una vez que cruces, no habrá vuelta atrás. Jamás podrás regresar.

Héctor no lo pensó. El miedo que lo había invadido inicialmente se disipó ante la oportunidad que se le ofrecía. No importaban las advertencias ni los riesgos. Era su única posibilidad de corregir lo que el tiempo le había arrebatado.

—Acepto —respondió con una convicción casi temeraria.

La entidad se desvaneció en la oscuridad, y al cerrar los ojos esa noche, Héctor sintió como si el tiempo se doblara sobre sí mismo. Cayó en un sueño profundo, y cuando despertó, estaba tendido en el suelo de una obra gris. Por un momento pensó que tal vez había sido solo una borrachera fuera de control. Su espalda le dolía, su cabeza le punzaba y sus manos presentaban un ligero temblor. La luz del sol entraba con fuerza por la construcción sin techo.

Salió de la obra gris y caminó por las calles. Sorprendido vio que era el lugar donde alquilaba; todo parecía igual que siempre, pero con diferencias sutiles. No podía dar crédito a lo que estaba experimentando; sin embargo, con una mezcla de esperanza y confusión, decidió buscar a Lorena para confirmar lo que había sucedido.

Cuando llegó a la casa donde habían vivido juntos, algo lo golpeó de inmediato. Una familia completamente desconocida ocupaba el lugar. Las risas de unos niños que jamás había visto llenaban el aire. Con el corazón acelerado, tocó la puerta y preguntó por Lorena.

El hombre que le abrió lo miró con extrañeza.

—Aquí no vive ninguna Lorena —le respondió fríamente.

Héctor insistió, explicando que solo habían pasado un par de meses desde su separación y que Lorena había vivido allí. Pero el hombre negó con firmeza:

—Yo vivo aquí desde hace diez años.

Al preguntar a los vecinos de las casas aledañas, recibió la misma respuesta: nadie conocía a Lorena.

Héctor sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. ¿Cómo era posible? Hace poco, todo había estado en su lugar, se dijo a sí mismo:

—¿Estoy loco acaso?

Desesperado, se acercó al guarda de seguridad que vigilaba la calle.

—¿Ha habido cambios de dueños recientemente? —preguntó con angustia.

El guarda lo observó con una mezcla de desconfianza y hostilidad.

—Disculpe, pero no lo conozco. Tiene que irse de aquí. Si no, llamaré a la policía.

Con una sensación de pánico, se fue hacia la casa de la esquina , donde don Bismark Laguna, un señor de sesenta años con el pelo cano, con quien solía charlar de vez en cuando. Al verlo, se asustó: tenía el pelo negro y un semblante mucho más joven. Intentó saludarlo como siempre, pero el hombre lo miró con desconfianza, como si jamás lo hubiera visto en su vida.

—No sé quién sos, broder; andate de aquí.

Las palabras le cayeron como un balde de agua fría. Mientras tanto, el guarda que ya le había advertido que se fuera se acercaba hacia Héctor con actitud amenazante, con la macana en la mano, listo para neutralizarlo.

Héctor corrió con todas sus fuerzas, desorientado, y su corazón parecía que se saldría de su pecho. Tras unas cuadras se detuvo, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. En ese momento lo comprendió: ya no estaba en su mundo.

Su primera impresión fue que el ente lo había llevado a una dimensión diferente, quizás una realidad paralela donde él nunca había existido, donde Lorena y toda la vida que había construido junto a ella no eran más que un eco perdido en algún rincón del mar cósmico. Se había lanzado a un abismo sin retorno, buscando un amor que ya ni siquiera existía en esta nueva realidad.

Un sudor frío cubrió su cuerpo. Todo lo que alguna vez conoció, todo lo que alguna vez fue, se había desvanecido. Estaba solo, atrapado en un mundo que no le pertenecía, sin un camino de regreso.

Pero, entre todas las emociones que lo desbordaban, no había logrado dilucidar algo: quizá no se trataba de otra dimensión. La persona que había logrado identificar lucía mucho más joven, y el ambiente en general parecía anticuado. ¿Acaso no había viajado al pasado?

Fue entonces que caminó y pasó por un comedor; en las noticias pudo verlo y escucharlo:

—Estos son los titulares para la mañana de hoy, 11 de enero de 2008.

Su piel se erizó, el aire abandonó sus pulmones, y se desplomó de cuclillas. ¿Qué había hecho? Esto no era un sueño: era la realidad.

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CAPÍTULO III


Aun en medio del caos que se había sumergido, un destello de esperanza cruzó la mente de Hector, como un rayo de luz entre la oscuridad que lo rodeaba. Ya estaba claro que habia retrocedido 16 años en el tiempo,  Si podía recordar suficiente de la vida de Lorena, tal vez, solo tal vez, podría encontrarla en esta nueva realidad. Sabía que la Lorena de 41 años, aquella con quien había compartido su vida, no existía, pero la Lorena más joven, la de 26 años, aún debía estar ahí, en algún lugar, viviendo las penurias y luchas que tantas veces le había contado entre lágrimas y susurros. Las largas noches en vela, en las que Lorena, bajo la tenue luz de la luna, le confesaba sus heridas más profundas, ahora servían de mapa en la mente de Hector. Sabía que ella había sufrido mucho desde su infancia. Recordó cómo le habló de su padres, ambos bohemios que habían elegido una vida de excesos, dejando a Lorena a su suerte. Su madre  desapareció de su vida, y nunca tuvo lugar en el hogar su padre.

Pero lo peor fue la brutalidad de los años que siguieron. A los 15 años, Lorena huyó de la casa de la tia que la criaba, buscando a su madre, con la esperanza de encontrar amor y refugio. En lugar de eso, encontró una mujer deshumanizada, fría y ajena. Aquello había destrozado su espíritu. Su madre echó a Lorena a la calle, completando el ciclo de rechazo que había marcado su infancia. Pero Lorena , con su naturaleza indomable, había sobrevivido. Era fuerte, una guerrera en todos los sentidos de la palabra.

 A los 19 años, Lorena ya había conocido una y otra vez la miseria  en carne propia. Su cuerpo atlético, no era solo una cuestión de estética; era el resultado de años de trabajo duro, de lucha constante. Su pelo negro azabache y piel blanca, escondían las cicatrices internas que había acumulado. Había sido explotada, otra veces maltratada, pero nunca se rindio,  siempre comenzó de cero cada vez que la vida le daba un trago amargo, con tal de alcanzar el exito que anhelaba, su motivacion era demostrar que no necesitaba apoyo de nadie para poder ser alguien exitoso.


 Pero Hector sabía que había un punto de inflexión en su vida. A los 26 años, Lorena había encontrado un respiro. Le había contado con algo de nostalgia y orgullo sobre aquellos años cuando trabajaba como vendedora de autos. En ese momento, su vida parecía encaminarse hacia una estabilidad, una bonanza económica que le dio un respiro, aunque fuera temporal. Y fue ahí, en ese periodo de su vida, donde Hector sabía que podía encontrarla en este punto del tiempo.

"Grupo Prado" murmuró para sí mismo. Era la única pista que tenía. Si pudiera llegar hasta ella en esa etapa de su vida, tal vez podría intentar reconectar. Pero algo lo atormentaba: ¿sería la misma Lorena? ¿O el sacrificio de cruzar dimensiones lo había llevado a un lugar donde todo, incluyéndola a ella, sería distinto?


Con el corazón acelerado y una mezcla de ansiedad y determinación, Hector salió a las calles. Su mente repasaba cada detalle que ella le había contado. Sabía que ella había trabajado en una concesionaria importante en la capital llamada Grupo Prado. El tiempo era incierto, y el mundo a su alrededor se sentía desordenado, como si las piezas de la realidad no encajaran del todo. Sin embargo, no tenía más opciones. Era ella o nada.

 Hector comenzó a buscar en cada sucursal de la concesionaria que conocía. Las calles parecían familiares, pero a la vez extrañas, como si algo en el aire fuera distinto. No fue hasta que llegó a a la casa matriz, con el corazón latiéndole con una fuerza descomunal, que algo dentro de él le dijo que estaba en el lugar correcto. 


Entró con una mezcla de miedo y esperanza.

                                                                   

 Y allí, entre los autos brillantes, la vio. Lorena , de 26 años, igual a como la había imaginado tantas veces. Su cabello largo caía como un manto oscuro sobre sus hombros, y sus movimientos eran seguros, casi imponentes. Pero había algo más en su mirada, orgullo y quizás prepotencia. Era la Lorena que él había amado, pero aún no la conocía. No en esta vida.

Hector la observó desde lejos, dudando por un instante. Este era el momento que tanto había soñado. Pero ahora, en este nuevo mundo, ¿cómo podría acercarse a ella? ¿Cómo podría empezar de nuevo sin revelar lo que sabía, sin asustarla con la verdad que él mismo apenas entendía?





CAPÍTULO IV


En ese momento, Hector recordó la primera vez que conoció a Lorena , en un evento completamente fortuito. Fue una noche de enero, cuando decidió cruzar la ciudad en busca de una cerveza y, en una estación de servicio, la vio comprando tiempo aire para su celular. Quizás por curiosidad o atrevimiento, guardó en su teléfono el número que ella. Lorena lo notó, pero sin decir nada, solo con una mirada cómplice, asintió. Se enviaron mensajes y quedaron de verse esa misma noche. La química fue inmediata, como si fueran dos almas que se conocían desde siempre. Él, con sus ocurrencias, y ella, con su imponente figura, hicieron que el mundo se detuviera solo para ellos. Esa misma noche consumaron su amor. Al día siguiente, Hector se fue a vivir con Lorena; así de intenso era su amor.


Pero ahora todo era distinto. Ya no era la casualidad lo que los unía, sino la causalidad. Hector seguía siendo el mismo muchacho de 26 años humilde y soñador que trabajaba de sol a sol. Mientras tanto, Lorena, con 26 años, se había convertido en una mujer exitosa, escondiendo todo su dolor tras un caparazón. La vida le había sonreído económicamente: tenía un auto nuevo, alquilaba una casa cómoda en una zona residencial y vestía con ropa de buena calidad, siempre impecable.


En el primer momento, Hector intentó acercarse a ella, pero Lorena lo miraba con desdén. Andaba mal vestido, su apariencia no era precisamente elegante.  El era incapaz de contarle lo que habían vivido juntos; temía que lo tildara de esquizofrénico. Aunque deseaba contarle todo lo que sabía, se limitó a sonreírle. Sin embargo, había algo en el rostro de Hector que le resultaba curioso a Lorena , algo en sus ojos que no lograba entender. El logró obtener una tarjeta de presentación de ella, y se fue. En los dias posteriores intentó contactarla por e-mail , sin éxito. Pasada una semana en un último intento, consiguio buena ropa y le llevó flores, a su trabajo,  los mismos tulipanes que a ella le encantaban. Sin embargo, su gesto provocó una reacción adversa. Lorena , sintiéndose acosada, agarró las flores en un ataque de cólera, las deshizo y las tiró al suelo. Le dijo a Hector que no quería verlo más,que habia visto los emails que le mando, que cual era su locura y que si insistía, pondria una denuncia, que ella nunca saldría con un extraño, menos con un muerto de hambre y obsesivo.

Hector no podía creerlo. Había cruzado el universo mismo para ser feliz, y todo resultó ser un fiasco. No contempló la posibilidad de que las personas cambian en diferentes épocas de su vida. Con un nudo en la garganta, una lágrima en los ojos y temblando de impotencia, se fue. Pero su mente se inundaba de pensamientos. ¿Qué hará ahora?  ¿Qué otros cambios habrá en esta dimensión? ¿Podrá vivir con el peso de esta nueva realidad?¿quien era realmente?



Hector , destrozado y desorientado, caminaba por las calles de la ciudad con una mezcla de incredulidad y desesperación. Todo lo que había soñado, todo lo que había anhelado, se le escapaba como arena entre los dedos. Lorena , la mujer que alguna vez lo había amado con la más feroz intensidad, ahora lo veía como a un extraño, . Peor aún, lo despreciaba, lo veía como una amenaza, algo irrelevante y molesto en su vida.

 



Empezaba a pensar en todas las variables que ahora habían cambiado. En este universo, Lorena no era la misma, sus recuerdos no existían porque aun no habian sucedido , pero… ¿qué más podría haber cambiado? ¿Sus amigos? ¿Su familia? Un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de que quizás, ni siquiera aquellos que alguna vez lo conocieron sabrian de él. Estaba solo. Totalmente solo en una realidad que no era la suya, y que quizás jamás llegaría a sentir como propia.


Hector trataba de convencerse de que aún podía encontrar un propósito, algo que justificara todo el sacrificio que había hecho. Pero cada vez que lo intentaba, la imagen de Lorena destrozando las flores que él le había llevado invadía su mente, una y otra vez. Esa mirada de desprecio, el tono frío con el que lo amenazó. No había sido solo un rechazo; había sido una confirmación de que todo lo que había idealizado estaba roto, imposible de reconstruir. El viento frío de la noche acarició su rostro cuando finalmente se detuvo en una esquina, mirando las luces de la ciudad parpadear en la distancia. "¿que hago aqui?" se preguntaba, sabiendo que, en el fondo, había condenado su propia existencia al saltar de una dimensión a otra, movido por un amor que desde que nacio sabia que se extinguiria. La posibilidad de volver a encontrar si quiera un proposito parecía más lejana que nunca, y el peso de esa nueva realidad lo aplastaba. Las lágrimas, que había contenido durante tanto tiempo, comenzaron a brotar de sus ojos, rodando por sus mejillas mientras miraba al cielo en busca de respuestas.

 

Era una ironía cruel. Cruzó el universo por una oportunidad de amor, pero lo que encontró fue el abismo de la soledad. Ahora, atrapado en una realidad que no le pertenecía, con recuerdos de un futuro que solo él conocía, Hector debía decidir cómo seguir adelante. Pero la pregunta más grande seguía resonando en su mente: "¿Podría vivir con el peso de esta nueva vida?"

Entendió que la vida, aunque impredecible, tiene un propósito. Cada experiencia, incluso las dolorosas, nos enseña algo. “Quizás todo esto pasó por algo,” pensó. Recordó las veces que se había aferrado a un pasado que ya no existía, a una Lorena que ahora era solo un eco lejano de otro momento. Pero ahora entendía que el pasado no se puede cambiar, y el futuro no se puede controlar. Lo único que tenemos es el presente, el hoy. 



CAPITULO V


Hector, tras el rechazo de Lorena, se sumió en el alcohol y las calles. Al fin ya no tenia nada por lo que luchar, ni siquiera un identidad,ni voluntad , menos un objetivo,  simplemente era un hombre roto por el destino mismo. Un mes después, se habia convertido en un indigente sucio y desaliñado.

Un dia de esos que se desperto destruido, con resaca, se dirigio a buscar un trago para calmar los nervios y la vasca seca ,  caminando a la orilla de la carretera con su mirada perdida en el infinito, Cada paso que daba era un recordatorio de su esperanza destrozada.


 De repente, a lo lejos, vio un vehículo rojo se le estallo una llantam, que provoco que se  volcara de manera errática.eran las 5 am. no habia nadie mas que el , en un momento de lucidez, reacciono y se dispuso a auxiliar, corrio hacia el accidente y, para su horror, encontró a Lorena ensangrentada e inconsciente dentro del carro.


Lorena venía de una fiesta donde había tomado unos tragos, intentando olvidar sus fantasmas emocionales. En medio de la celebración, recibió una llamada de su madre. Ahora que Lorena tenía una posicion mas comoda , su madre la buscaba y hasta la chantajeaba para que le diera dinero. Le mintió diciendo que se sentía mal y necesitaba que fuera a verla, pero todo era una artimaña para sacarle dinero. Esto hizo que Lorena interrumpiera la fiesta y tomara su vehículo, conduciendo a toda velocidad, con lágrimas de frustración y rabia porque sabia que era un engaño de su madre pero ella con tal de agradarle y buscar su aprobacion aceptaba el engaño.Lorena a pesar de su ímpetu y coraje para enfrentar la vida , era victima de sus emociones.

Por aquellos azares del destino, que rigen la vida de los mortales, mientras ella iba por la carretera a una velocidad alta, la llanta estalló, provocando que el carro se volcara estrepitosamente. 


El estruendo del accidente lo sacó del ensimismamiento a Hector,  un flashazo invadio su mente , aquel accidente grave que Lorena le narro mas de una vez cruzó su mente, con el cual ella exlicada la cicatriz en su pierna. ¿Cómo pudo olvidar ese hecho que marcó la vida de su amada? Pero no habia tiempo para analisis ni reflexiones absurdas. Con todas sus fuerzas, se abrió paso entre el hierro retorcido mientras el fuego comenzaba a avivarse. El tiempo corría en su contra. El cinturón de seguridad estaba atascado. Hector jalo con todas sus fuerzas, pero el broche no cedía. Podía ver cómo la respiración de Lorena se debilitaba, asfixiada por la presión en su pecho.

Desesperado y frustrado, Hector tomó el cinturón con una fuerza casi sobrehumana, rompiendo el broche en el acto. Las llamas se acercaban cada vez más, encendiento el metal y el aire con su calor abrasador. Logró sacarla del vehículo justo antes de que este estallara con violencia, cubriendo todo de fuego. Hector protegió a Lorena con su cuerpo, pagando un precio altísimo: heridas mortales causadas por el fuego y las esquirlas de la explosión, quedando casi irreconocible.

Lorena, apenas consciente, no podía moverse ni valerse por sí misma, pero la mirada valiente y audaz de Hector, que le salvó la vida, quedó grabada a fuego en su mente. Cuando los paramédicos llegaron, Lorena estaba desmayada y Hector sin vida. Su cuerpo inerte fue llevado al forense, donde nadie sabía quién era. Los peritos policiales solo lograron saber por los indigentes del sector que Hector tenia poco de haber aparecido por ahi, que el decia que su apellido era Zapata y que aseguraba ser de esa misma ciudad, No había registros de su identidad, solo su nombre coincidía con el de un niño de 8 años en las bases de datos. El caso pasó a los archivos y Hector fue enterrado en una fosa común.


Lorena fue llevada al hospital, donde, tras varias cirugías y cuidados intensivos, logró recuperarse. El trauma fue fuerte y la rehabilitación dura, pero como siempre, ella logró sobreponerse. Siguió con su vida, en su mente habitada dormido el recuerdo de aquel rostro y  mirada del hombre que la salvó. La misma mirada que, 15 años después, volvería a ver en una estación de servicio y que esta vez si se robaria su corazon de manera estrepitosa. . Sin saberlo, el destino cumplía su capricho. El bucle se vo lvía a cerrar.


En el fondo Lorena se dio cuenta de que, de alguna manera inexplicable, el hombre que la salvó y el joven que acababa de conocer estaban conectados por un lazo más allá de la comprensión humana. Pero prefiero omitirle ese detalle a Hector, pensaba que estaba mezclando ideas y traumas , o que eran simples coincidencias,  por eso tomo la descision de irse de la vida de Hector sin saber que no estaba huyendo, si no empezando de nuevo su eterno bucle de amor y tristeza,  algunas conexiones trascienden el tiempo y las dimensiones, y el destino, con su caprichosa naturaleza, había tejido sus vidas en un ciclo eterno. No hay manera de burlar el destino; lo que es, es, y lo que no, nunca será. El destino es inexorable…